¿Qué es la conspiranoia?
Hay quienes creen que hay grupos de poder operando en la sombra sobre las poblaciones, las sociedades y el rumbo que ha tomado, en el pasado reciente, y toma actualmente la humanidad. Otros no lo creen, y otros más acusan a los primeros de conspiranoicos ante los que no lo creen.
En principio, el término conspiranoia es un neologismo que carece de significado en nuestro idioma, aunque se supone que sirve para designar un tipo de delirio que consiste en creer que hay poderes que operan en el mundo de forma más o menos secreta, que influyen en las poblaciones.
Lo cierto es que, el primer significado del verbo conspirar, se refiere a convocar a alguien para que actúe en favor de uno. En segundo término, remite a que algunas personas se unan contra un superior o soberano, y, también, contra cualquier otra persona para hacerle daño. Por último es de uso pertinente cuando concurren varias cosas a un mismo fin.
Por otro lado, el término –noia procedente del latín, no significa otra cosa más que espíritu.
La Medicina acuñó y empleó el término paranoia para designar un trastorno mental en el que predomina una alteración delirante, y, de hecho, recientemente ha sido sustituido por la designación trastorno delirante. De ahí que el término “noia” suene a la población como algún tipo de alteración mental, y se ignore su verdadero significado.
El otro término de dicha palabra compuesta, “para-“, tiene los significados de “al lado” o “en contra”.
De todo esto se deduce que imputar a alguien la condición de conspiranoico, en rigor resulta ininteligible, pero usada la palabra por su mero sonido, evoca la idea de que alguien padece un trastorno mental en el que prevalece un delirio que consiste en creer que ocurre algún tipo de conspiración o de complot que de verdad no hay.
La cuestión de fondo es la referida a si efectivamente ocurre que hay uno o más poderes en el mundo que ocultan sus intenciones y una parte de sus operaciones para ejercer un fin cuyo objeto es manejar poblaciones.
No obstante, eso es algo tan obvio y de lo que tenemos tantas evidencias a diario, que su rotunda negación parece algo que solo una parte menor de la población podría hacer.
Ahora bien, cuando una de dos posturas contrapuestas no desea entablar una discusión racional, examinando pruebas y argumentos para llegar a saber la verdad y, en su lugar, descalifica al contrincante, nos encontramos con una falacia ad hominem cuya validez racional es nula. Acusar a una parte de la población de conspiranoica es una operación falaz de quienes lo hacen, aunque sin atreverse a acusarla de paranoica.
Pero si alguien hiciera tal imputación a esa parte de la población, tal postura solo podría valer en el caso de que efectivamente padeciera un auténtico delirio, condición en la que es cierto que no convendría discutir con ella para no incrementar la intensidad del mismo. Pero si no se demuestra previamente dicha condición mórbida, la actitud de quien acusa es profundamente irracional, despreciativa y de extrema violencia interpersonal.
A su vez, para demostrar dicha condición delirante, no bastaría con afirmar que sus creencias lo son, puesto que, en el asunto que nos ocupa, lo único que está en discusión es su veracidad, sino que habría que acudir a niveles de examen de factores completamente diferentes que, obviamente, no vienen al caso.
Esto llevaría a demostrar que hay un sector poblacional grande que está trastornado y que dicho trastorno es concretamente la paranoia, completamente al margen del contenido supuestamente falso de las creencias que sostuviera, lo cual ni se ha demostrado ni es posible hacerlo, ni hay razón alguna para suponerlo a la vista de las estadísticas de incidencia de dicho trastorno en la población general.
De hecho, también se podría poner el foco del análisis sobre la parte de la población que no crea que existan grupos de poder operando sin dar la cara públicamente. A tal categoría de personas, se les podría atribuir un estado de inocencia rayando con la niñez temprana; una histeria colectiva orientada a agradar a dichos poderes; un problema de malignación de la identidad personal de sus integrantes que les impide ser críticos y reconocer la verdad sin sentirse culpables, o cualquier otra condición similar.
También, se puede poner el foco de atención sobre quienes niegan de forma tan vehemente y agresiva la existencia de tales poderes que operan en la sombra, y, tal vez, sea esta categoría la que puede tener la explicación más fácil.
Si tales poderes operan en la sombra, será igual de difícil negar que afirmar su existencia, por lo que la carga de la prueba en este caso, la tendrán igualmente los que lo afirmen como los que lo nieguen.
No obstante, el examen más preciso de cualquier forma de poder radica, aparte las evidencias directas que emita accidentalmente o de las que haya dado prueba a lo largo de la historia, en el examen de sus consecuencias sobre la población afectada y en el modo de funcionar de las instituciones, empresas y demás ramificaciones como, por ejemplo, los grandes medios de comunicación, que estén bajo su mando.
Si se cierran los ojos a todos esos datos, históricos y actuales, y se postula la simple negación de los mismos, en vez de entrar en la oportuna discusión, no se está actuando a favor de la verdad, sino sirviendo a intereses congruentes con esos mismos poderes.
En tal sentido, el supuesto público “imparcial” que opera en contra de quienes sostienen la teoría de que existen los poderes en cuestión, generando difamaciones colectivas, no sería más que una rama más de esos mismos poderes, lo cual los convertiría en juez y en parte. En este sentido, su existencia sería una prueba fidedigna de que tales poderes operan y quieren seguir operando en secreto.
Por otro lado, hay que reconocer que la falaz argucia pseudo-psiquiátrica está bien pensada y que ya ha sido aplicada con bastante éxito en otras etapas de la historia. Como muestra pueden valer los campos de concentración y reeducación siberianos de la época de Stalin que se nutrían de personas a las que se atribuían trastornos mentales por discrepar de aquel tenebroso régimen cuando, seguramente, eran quienes tenían matrícula de honor en salud mental.
Lo importante es que esa modalidad falaz de tratar de que la población no piense espontáneamente lo que considere oportuno; que no lo diga abiertamente; que no se la trate con el respeto suficiente y sea escuchada, e, incluso, que no se rebatan o se discutan sus teorías, hipótesis o creencias, es una evidencia más de que tales poderes están haciendo su trabajo a conciencia.