¿Qué es un principio? El principio real y la realidad del principio
Un universo ordenado como el que observamos sólo puede ser resultado de que está constituido de información y por información, al menos, en las áreas que presentan cualquier clase de orden.
Por lo tanto, no debe extrañar que, de haber un principio universal, sea un principio de información y no un origen material, y que dicho principio sea, al mismo tiempo, el principio real.
Ahora bien, para explicar el universo, resulta muy diferente un principio real de naturaleza informativa, a un supuesto origen material, desde la nada o desde las nubes de partículas elementales, que, en todo caso, serían más representativas de la entropía que de la información.
Explicar el orden macroscópico desde la entropía resulta poco menos que imposible, mientras que al contrario, la información puede dar cuenta, tanto del orden como de la entropía, que sería su simple carencia.
Ahora bien, un primer asunto que conviene plantear acerca de si los principios de ser, de razón y los trascendentales, de naturaleza informativa, son, o no son, reales, es que solo caben dos posibilidades:
- Los principios son efectivamente reales y los seres humanos en general tienen la posibilidad de conocerlos, reconocerlos o aprenderlos.
- Aquello que una parte de la humanidad entiende mediante la denominación principios es una ficción inventada por su imaginación.
Otro asunto diferente es si, suponiendo que los principios son efectivamente reales, las definiciones que se hagan de los mismos y del conjunto de ellos, son correctas, exactas, aproximadas, etc., lo cual dependerá de la capacidad del conocimiento de quienes elaboren representaciones fiables de los mismos.
Para examinar estas cuestiones, expongamos algunos supuestos que se encuentran relacionados con la posibilidad de la realidad efectiva de los principios.
- Un ser afirma que una hortaliza y un toro son exactamente iguales entre sí, es decir, que no hay diferencia alguna entre aquello a que se refieren ambos nombres.
- Un ser afirma que el bien del conjunto de la especie consiste en matar el resto de la vida en el planeta.
- Un ser afirma que los hornos crematorios de víctimas causadas por genocidios son los escenarios más bellos que pueden existir.
- Un ser afirma que el ejercicio de poder absoluto de un ser humano sobre otro, que convierte a este en una máquina bajo el pleno dominio del primero, no afecta en absoluto a la condición de ser de la persona sometida.
- Un ser afirma que alguien que rige sus actividades de relación con el entorno, bajo un sistema contradictorio de creencias, produce el mismo tipo de actividades que otra persona que actúa bajo un sistema de información sin contradicción alguna.
- Un ser afirma que todo cuanto existe emerge de la nada…
¿Qué es lo que permite a un observador atento percatarse de las anomalías referidas por tales enunciados?
El enunciado a), simplemente, es un enunciado falso. En condiciones normales, todo el mundo puede percibir que una hortaliza y uno toro son entidades diferentes. Si alguien efectúa la proposición de que son iguales, su enunciado es producto de su imaginación y atribuido a dichas entidades. Es decir, no reconoce la verdad acerca de las mismas.
Supongamos que no hubiera nada parecido a un principio, efectivamente real, de la verdad. En tal caso, el enunciado que confunde ambos objetos, sería igual de válido que un enunciado que, ateniéndose a ambos objetos, enunciara con precisión sus diferencias. Ahora bien, la idéntica validez de ambos enunciados significaría que, puesto que el primer enunciado no vale nada para representar tales objetos, y, ambos valen lo mismo, tampoco valdría nada el enunciado que precise con exactitud las diferencias entre los mismos.
¿Cómo resolver este problema? Simplemente admitiendo que hay un principio real de la verdad que consiste en que, siendo las cosas como son, y, teniendo las propiedades que tienen, tales modos de ser con sus propiedades son los verdaderos de cada una de ellas, y, si el hombre necesita conocerlas, simplemente ha de representarlas tal como son, mediante los enunciados que elabore referidos a las mismas.
Lo cierto es que, quien niegue el principio real cuyas facetas son el ser, el bien, la verdad y la belleza, de forma explícita o implícita, niega simultáneamente todas las posibles violaciones de los principios de razón, niega el no-ser, el mal, la falsedad y la fealdad.
Negar uno de los polos es negar el otro, y, por tanto, hacer tabla rasa con respecto a los juicios de todo cuanto exista: igual se juzgará ser que no ser, la verdad que la falsedad, el bien que el mal, y la belleza que la fealdad.
A menudo, la mayor parte de la gente es mucho más consciente de los polos contrarios de los principios reales que de cuanto los verifique, lo cual, en cierto sentido, se puede considerar “normal”, aunque este hecho no suela dar pié a interesarse especialmente por la investigación de los principios que se ven sacrificados por los determinantes opuestos.
Puede llegar a hacerse un uso abundante de las nociones de sujeto, causa, principio, determinante, razón, vínculo y algunas más, para hacer referencia a la producción de actividad funcional de relación con el entorno, de un individuo o grupo humano.
Es obvio que la variedad semántica asociada a tales palabras, puede dar lugar a una cierta confusión sobre el significado que, diferentes autores o usuarios, dan o quieren dar a tales términos, lo cual es reconocido por el Diccionario de Filosofía Ferrater Mora[i] que efectúa la recomendación explícita de especificar el sentido con el que se haga uso de alguno de ellos. A continuación trataré de llevar a cabo dicha recomendación.
Empezaré por el término Principio.
Uno de los puntos débiles de la metafísica tradicional parece referirse al lenguaje utilizado en su elaboración.
A veces se ha utilizado un lenguaje común, en otras se ha hecho uso de palabras comunes con nuevos significados, en otras más, se han inventado neologismos, según las diversas necesidades de representación y comunicación de los diferentes autores. En este orden, como en otros muchos, en el que no hay que descartar otras libertades lingüísticas similares o peores, del que, por ejemplo, la ciencia, no ha estado exenta, sin duda se han cometido determinados excesos, si bien, no parecen suficientes para descalificar íntegramente la metafísica, tal como algunos críticos —por ejemplo, Wittgenstein— han dado por sentado.
Aparte las críticas de Wittgenstein al pensamiento metafísico, que se asientan en la crítica al lenguaje utilizado, por su supuesta carencia generalizada de significado existencial, también hay que destacar a R. Carnap, al que citan por extenso Harré y Sagüillo[ii].
En concreto, Carnap toma como ejemplo de palabra, a la que la metafísica habría cambiado su sentido original, el término «principio», que dicho autor identifica originalmente con el sinónimo «comienzo». Textualmente dice Carnap, citado por Harré y Sagüillo: «La palabra [“principio”] está privada explícitamente de su sentido original “comienzo”; no tiene ahora el sentido de la “prioridad temporal”, sino la prioridad en algún otro sentido, especialmente en el respecto metafísico. Carecemos de los criterios para este “respecto metafísico”, […] la palabra está desposeída de su sentido original sin habérsele dado un sentido nuevo; de este modo, la palabra permanece como una concha vacía.» (op. cit., p. 40)
Ahora bien, si consideráramos la dimensión temporal como una categoría previa o independiente de todo cuanto es o existe, tal dimensión carecería de sentido y, por lo tanto, el significado de “principio”, como sinónimo de “comienzo” temporal, sería absurdo.
El tiempo comienza a ser o a existir, en el mismo instante en que, en algún contexto material, comienza a haber actividad. En un espacio sin actividad de ningún tipo, es dudosa la propia noción de espacio, pero no cabe la menor duda de que la noción de “tiempo” carecería de sentido.
Ahora bien, si nos planteamos cuál es el origen de alguna actividad que, a su vez, dé sentido a la noción de tiempo, e, incluso, que dé lugar al comienzo del tiempo, a dicho origen podemos llamarlo “principio”. Es decir, “principio” en tanto principio de actividad.
En este caso, la palabra “principio”, cobraría dos sentidos netamente diferentes:
- Principio de actividad.
- Principio del tiempo que comienza como resultado de dar comienzo la actividad.
Cuando se utiliza la palabra “principio” como sinónimo de “comienzo temporal” y sólo en ese sentido, podría dar lugar a confusión, ya que, un comienzo temporal, no es posible sin que alguna actividad haya principiado de algún modo, lo cual, necesariamente, no depende del tiempo.
El tiempo depende de la actividad de algo. Si no hay actividad de algo, no hay tiempo. Por lo tanto, el comienzo temporal de una actividad no es lo mismo que el principio de esa misma actividad.
Lo primario es el principio de la actividad, lo cual es secundado por el comienzo temporal de la misma.
La noción de principio como principio de actividad es un objeto primordial de investigación metafísica. Sin embargo, a la física le resulta un objeto ajeno, que, ni puede planteárselo, ni tiene los medios para hacerlo.
Ahora bien, si escuchamos a Carnap y aceptamos que la noción de principio no temporal de algo, carece de sentido, no sólo quedará toda actividad sin explicación ni comprensión alguna, sino que, posiblemente, toda lógica real se desmorone, por la preterición del principio de razón suficiente.
El tiempo y el espacio no constituyen un contexto externo a la realidad, ni sirven para que la realidad disponga de un lugar para existir. La realidad no está confinada a coordenadas espaciotemporales.
No obstante, lo contrario sí es verdad: lo espaciotemporal está dentro de la realidad, pertenece a ella. En tal sentido, hay espacio y tiempo, porque hay realidad, y no a la inversa.
Al respecto, es posible que sea oportuno hacer una referencia al artículo Una observación sobre la relación entre teoría de la relatividad y la filosofía idealista[iii] de Kurt Gödel, introducido por Jesús Mosterín.
En la presentación de dicho artículo Mosterín expone una de sus conclusiones: «La objetividad del tiempo no sería una necesidad conceptual, sino una mera consecuencia fáctica de la materia en el universo.» (p. 386)
Por otro lado, la noción de principio, no sólo puede considerarse en un sentido universal absoluto, sino que es un universal, de enorme interés, en su aplicación al principio de la actividad de los seres concretos en cuanto tales. Su relación con la noción de sujeto entitativo es de enorme intensidad y recíproca implicación.
Es posible que una parte de los autores que participan en las corrientes anti-metafísicas actuales ―en general urdidas en los, aproximadamente, cinco siglos precedentes― no hayan caído en la cuenta que la metafísica fue sustituida por la ideología, al menos nominalmente, justo al final del siglo XVIII.
Al respecto hay que subrayar que si la metafísica está profundamente apegada a la realidad, la ideología, lo está al poder, en el mismo grado.
Volviendo a la semántica de la palabra principio, su sentido se refiere a la realidad propiamente dicha. En tal uso, salvo algunas matizaciones, resultan intercambiables los términos de realidad y principio real.
Es posible que los términos principio y realidad pudieran considerarse sinónimos.
No todo lo que existe es real y, por lo tanto, no se puede entender por principio real aquello de lo cual derivan todas las cosas, sino que, en su sentido de origen, lo es hasta un cierto punto en que, el universo queda constituido como un sistema de condiciones necesarias pero no suficientes para que algo exista; para que todo cuanto pueda llegar a existir en él, derive directamente del principio real.
La realidad es, sobre todo, un principio de posibilidad, mientras que las causas no hacen posible algo, sino que lo determinan.
De hecho, una gran diferencia entre las nociones de principio y causa reside en el carácter necesario y suficiente con que las causas materiales y de otros tipos producen sus efectos. No ocurre lo mismo con el principio real por varias razones:
- Su implantación no se encuentra en todos los seres humanos, y, por lo tanto, no está causada necesariamente por el mero hecho de que un ser disponga de una parte genética de su constitución, sino que su implantación efectiva en un ser adulto atraviesa muchas vicisitudes a lo largo de su maduración, desarrollo y aprendizaje ambiental. Por lo tanto, puede haber una gran variedad de derivaciones y determinaciones individuales.
- En los casos en que ha llegado a implantarse como principio de la actividad de relación de una persona, puede ser puesto en competencia con otra variedad de factores de determinación, y, su prevalencia sobre éstos, puede mantenerlo como causa de la actividad, pero, si pierde tal prevalencia gubernativa, también perderá su condición de principio propiamente dicho de la actividad del ser.
- En general, el principio real, a menos que se implante fuertemente en un ser particular, no llega a tener papel causal sobre la actividad del mismo, aunque pudiera llegar a servir de orientación y contraste para la evaluación de sus producciones funcionales.
De ahí que, en los seres en los que el principio real rige toda su actividad funcional, tal principio es causa de la misma. En los que determina una parte, es causa de dicha parte pero no de la que reste, y no tiene papel causal alguno en aquellos seres que se rigen por su inversión o presentan graves privaciones de realidad.
Habida cuenta de que el principio real, digamos universal, trasciende de manera muy desigual en el gran conjunto de seres humanos, y, aquello que de él trasciende al ser humano, en el mejor de los casos, no llega a ser más que lo que las limitaciones humanas permiten que trascienda, no es posible identificar el principio real universal con el principio trascendido al ser humano y sólo cabe hablar de semejanza.
De ahí que, cuando se use la noción de principio real hablando de la realidad en sí, como ocurre en la metafísica fundamental, se está haciendo referencia al concepto que da cuenta de la explicación de la constitución original del universo, mientras que, cuando se habla de su implantación y del papel que efectúa en los seres humanos, a lo que se puede hacer referencia es, a su participación en la producción de su constitución personal, y a la producción de sus actividades de relación con el exterior.
Cuando, hablando del ser y de su gobierno constituyente o existencial, se hace uso del término principio o principio real, se puede sobreentender el papel del principio real trascendido en el ser, en tanto rigiendo su actividad, es decir, como determinante último de su actividad entitativa instalado en el interior del propio ser y, por tanto, configurando su esencia en orden a su existencia. Con él se podrá dar cuenta del modo real de ser de la persona y de su existencia real.
Por otro lado, el principio real se ha subdivido teóricamente en dos facetas: a) principio de conocimiento, y, b) principio de ser, según diversos sistemas filosóficos que han dado diferentes grados de importancia a cada una de estas dos especializaciones.
Ahora bien, si el principio real ha llegado a implantarse en una persona como principio único de su actividad, tanto ontológica, como cognoscitiva y existencial, tiene poco sentido hacer diferencias en su papel rector de todas esas formas de actividad.
Cuando proceda, según sea la actividad o el objeto sobre el que esta recaiga, adoptará forma prioritaria la faceta del ser; cuando proceda, la de la verdad; en su caso, la del bien, y, según su pertinencia, la de la belleza. No obstante, no se debe pasar por alto que es imposible hacer preterición del resto de facetas aunque una de ellas quede resaltada en una determinada actividad. Las facetas son inseparables y actúan todas simultáneamente sobre la actividad, aunque tengan diferentes posiciones de primacía según sea aquello en que tal actividad consista.
Los llamados principios de razón son principios ontológicos que se encuentran implicados radicalmente en la existencia de todo ser y determinan el campo de posibilidades que puede llegar a existir, lo cual impide hacer una distinción radical con respecto a los principios ontológicos.
Un ser, potencial o efectivamente existente, no puede no verificar tales principios lógicos pues, en tal terreno, son necesarios y no contingentes. Su diferencia con los trascendentales de la verdad o el bien, radica en que éstos no son de necesario cumplimiento en orden a la existencia, es decir, en un ser dado, solamente son contingentes, pero aquellos son necesarios en todo cuanto exista.
De ahí se desprende, por ejemplo, la utilidad y validez universal del principio de no contradicción en el estudio de cualquier hecho existencial. Cualquier privación de verificación de los mismos abre un campo de irrealidad, aunque, no necesariamente de completa inexistencia.
Por otra parte, hay que hacer algunas consideraciones en cuanto a la relación de las nociones de razón y principio.
Con la expresión dar razón de algo se hace referencia a una explicación del origen o la procedencia de algo existente, y, si tal razón llega a enunciarse al completo, habrá de estar referida a los determinantes últimos y, por tanto, a las causas últimas que expliquen tal existente e, incluso, la inexistencia de algo, cuya posibilidad se considera.
Por lo tanto, en tal sentido, el término razón, caso de que efectivamente radique en el principio real, podría ser sinónimo de dicho principio, pero si dicha razón radica en otras causas o determinantes diferentes a aquel, entonces razón y principio no son términos sinónimos, a pesar de que, con cierta frecuencia, se utilice el término razón con un cierto aditamento semántico de realidad.
Sería preferible utilizar el término razón como sinónimo de principio real y utilizar algún otro, como pudieran ser explicación o justificación, para dar cuenta de existentes que no procedan del principio, pero tal cosa, por el mayoritario uso general que se da al término razón, está lejos de ocurrir.
Por ejemplo, en algunos modos de discusión, los juicios acerca de quién expone la tesis más acertada se suele considerar en términos de “quien tiene razón y quién no la tiene”, que parecería aludir al análisis acerca de la razón real de aquello de que se trate, pero tal precisión está muy lejos de ser efectiva.
También se usa el término razón para dar explicación de la emisión de conductas o de la producción de hechos humanos, en cuyo caso se refiere simplemente a la explicación que dé cuenta de los mismos, sin ningún tipo de distinción acerca de si tal explicación recae en una causa real o no.
Con respecto al término determinante, por mi parte, lo utilizo como sinónimo de la causa última que, operando desde la propia sustantividad personal, da cuenta de sus actividades de relación.
Ahora bien, no siempre son los determinantes, que configuran la esencia de la persona, los que causan sus actividades de relación, pues, a menudo, compiten con causas externas, de entorno o materiales, que podrían llegar a ser las máximas responsables de las actividades del individuo.
El sujeto, en la filosofía clásica se refería al ser individual que era entendido como la substancia primera, aunque puede consistir en un ser real, un determinante o un sistema de ellos, el principio real o una de sus facetas y, en general, cualquier clase de entidad a la que se vincule, en el plano de los efectos, el origen de un movimiento personal.
La noción de substancia, tradicionalmente se ha definido como ser en sí. Algo se considera sustancia cuando es en sí y no en otra cosa a la que pertenezca de forma inherente.
La sustancia puede ser algo en sí, ella sola, pero eso no ocurre con los accidentes que no pueden ser algo en sí mismos, sin estar adheridos a algo otro que sea sustancial. La sustancia no puede ser de algo que le sirva de sujeto, sino que la substancia es en sí, y, por lo tanto, es lo propiamente sustantivo por su propia naturaleza. Esto dota a cualquier sustancia de una autonomía existencial de suyo, de la que carece cualquier otra cosa que no sea sustancial.
Dado que ser sustancia permite la adhesión de otras cosas de forma inherente, aunque accidental, se hace posible la constitución de seres complejos que constan de sustancias y de accidentes.
Por lo tanto, dado un ser, su constitución consta de sustancia y de otros componentes que no son sustanciales sino accidentes y, en tal sentido, la parte sustancial de un ser viene a coincidir con su parte sustantiva o, dicho de otro modo, la parte sustancial de un ser es la única capaz de proporcionarle autonomía existencial y, por tanto, viene a coincidir con la naturaleza sustantiva del ser.
Por un lado, el substrato formal universal de la realidad en cuanto a tal, presenta una estructura lógica invariable, que es la que no sólo aporta la estructura que hace posible que sea y que exista, sino que, además, hace posible que podamos conocerla.
El substrato lógico real es un universal en toda la regla, y, de hecho, ha de ser verificado por todos los seres o cosas reales y por su entramado de relaciones. Se trata de un componente común a todo aquello que pertenezca a la realidad.
Hasta tal punto es así, que un ser humano que no contenga dicho universal rigiendo sus actividades, o que lo pierda en algún momento de su vida, caerá en alguna condición de privación de realidad que padecerá como una alteración propiamente dicha.
Por lo tanto, dicho componente universal de la realidad que es su forma o su estructura lógica, ha de ser considerado como substancia de lo real y, por lo tanto, como substancia perteneciente a los individuos reales que participan de ella.
Ahora bien, dicha substancia lógica, en tanto participa en los seres individuales ordenando sus respectivas constituciones y actividades, se constituye, a su vez, como una de las razones principales pertenecientes al sistema causal de las formas que adoptan los propios seres y sus correspondientes existencias.
En tal sentido, la lógica real es sujeto de las actividades de los seres sin privaciones de realidad, lo cual significa que está presente en ellos como principio, causa o determinante de las formas que imprimen a sus respectivas actividades.
No obstante, la estructura lógica de la realidad no es suficiente para producir actividades diferentes en ningún caso. Se trata de una substancia necesaria pero no suficiente para que los seres puedan producir sus actividades de relación con el entorno. Hay un indefinido número de actividades que pueden efectuar los seres que tiene esa lógica real como factor común y no como un factor diferencial de las mismas.
En un segundo sentido, los seres reales han de verificar los requisitos necesarios que los definen en términos de «ser algo en sí», lo cual implica otra forma de determinación que no es meramente lógica, sino que es de naturaleza ontológica.
Tal rango se corresponde con la posibilidad de producción, en sí mismos y por sí mismos, de sus propias actividades de relación. No son cosas, ni máquinas, carentes de la capacidad de sostener por sí mismas sus modos de integración autónoma en los sistemas de existentes o de trascender de algún modo más allá de sus propios límites, sino todo lo contrario.
Los seres que comprenden a aquellos que existen, o pueden existir de suyo, tienen la característica substancial de poder hacerlo, dentro de ciertos campos de posibilidad, y en tal sentido, esencialmente son sujetos que alcanzan un grado de auto-determinación existencial que, sin ser absoluto, les dota de una competencia diferencial que les distancia radicalmente de las cosas que son movidas por factores externos a sí mismas.
En tal sentido, de las diferentes especies de seres que conocemos, la nuestra se encuentra dotada de dicha propiedad sustantiva de modo sobresaliente. Cada ser humano real es un ser en sí, con capacidad para existir por sí mismo en un grado muy superior al que se observa en otras especies de seres vivos.
Además, esa propiedad sustantiva que opera sobre la propia existencia, no se circunscribe a esta, sino que caracteriza formalmente al ser cuya tarea principal radica en existir pero sin poderse reducir a ella. El ser se despliega a lo largo del decurso de su existencia, formalizándola desde la condición de ser algo en sí mismo que viene dado por la estructura de los principios ontológicos que le definan.
En tal sentido, el «sí mismo» de cada ente humano subyace como una plataforma subsistente a lo largo de todo su decurso existencial, sin que necesariamente su esencia sea invariable o impida la presencia en él de los posibles accidentes añadidos a la misma o que le vengan dados por su experiencia.
Ahora bien, la substancia en que consiste dicho “sí mismo” ha de tener en todo momento una esencia que la caracterice, la cual se refiere a los principios o determinantes relativamente estables que sean responsables de las actividades de relación de cada ente en cuanto a tal ente en orden a la existencia.
Por tanto, la substancia en que consiste el «sí mismo» substante del ser, que requiere su definición por los principios o determinantes últimos residentes en él ―comprendidos en su desarrollo a lo largo de su vida ―, que rijan sus actividades de relación, constituye otro tipo de sustantividad a la que podemos denominar «sustantividad ontológica».
Por último, hay otra noción de sustantividad que no es sino otra faceta de la que acabamos de exponer. Se trata de la noción de sustantividad existencial.
En las actividades de relación de un ser con el entorno pueden influir factores causales del propio ser, como es la sustantividad ontológica, y factores del entorno, como, por ejemplo, puedan ser sujetos de poder que traten de imperar en las actividades que efectúe el propio ente agente, que se encuentre a su alcance, o sea objetivo de sus operaciones.
Un ser dado, podrá causar sus propias actividades de relación por los principios o determinantes que compongan su sustantividad ontológica en mayor o menor grado.
El grado en el que lo haga viene dado por la fuerza que imprima su propia sustantividad a la emisión de sus acciones, en oposición a los posibles determinantes de las mismas que su entorno le plantee. De la oposición de ambos tipos de fuerzas, dependerá el resultado de que la emisión de actividad del ente sea más o menos autónoma y, correlativamente, más o menos heterónoma. Esto permitirá caracterizar la actividad concreta de relación de un ente como más propiamente existencial de él (autónoma) o menos existencial (actividad heterónoma).
No obstante, la propia sustantividad ontológica del ente puede presentar privaciones de realidad ―como cuando se encuentra sometida a conflictos intensos― que la debiliten hasta extremos que hagan prácticamente imposible sus propia existencia, e incluso, que inhabiliten en gran medida la producción de actividades de relación.
De ahí que sea de utilidad la noción de «sustantividad existencial», como una faceta componente de la sustantividad «ontológica», para el análisis de una variedad de actividades de relación de los entes y el estudio de la configuración de la propia «sustantividad ontológica».
La lógica del principio real de ser es la de la aplicación de alguna facultad, causa o sustantividad a hacer posible algo. La lógica del principio real de existencia, es la de la aplicación de alguna facultad, causa o sustantividad a determinar la existencia efectiva de algo. La lógica del principio real, que rige a ambos, es la de hacer posible algo que exista (en sí o de suyo).
Ahora bien, la existencia de algo de suyo, no puede quedar vinculada a un poder exterior a dicho algo, por cuanto, de ser así, sería la existencia de ese poder sobre ese algo y no, propiamente, de ese algo en sí o en cuanto tal.
El principio real especifica que la lógica real es constituir seres que puedan existir de suyo y no vinculados a un sujeto exterior que sería el que, en su caso, existiera en vez de ellos.
Por lo tanto, tal principio no actúa como poder de determinación de dichas existencias sino sólo como posibilitador de las mismas. Lo que se delega a los seres según sus respectivas constituciones es la determinación de sus correspondientes existencias efectivas que caerán dentro de lo que sus respectivas constituciones les permitan.
Expuestas estas consideraciones al respecto del principio o de los principios reales, no conviene concluir el presente artículo sin exponer algunas consideraciones al respecto de la noción de valor o de valores.
Al respecto, hay que preguntarse si existen los llamados “valores” aunque se pueden considerar bajo varias perspectivas distintas.
Se puede hablar de los “valores” existenciales de diversos seres respecto a variados escenarios existenciales. Se puede hablar de los asuntos, objetos o cosas que concretamente le importen a alguien en diferentes situaciones. Se puede hablar de ídolos a los que se prestarían distintas formas de subordinación. Se puede hablar de diversas modalidades de principios éticos. Incluso se podría utilizar tal término para designar principios reales, etc. Lo que no se puede es hablar de “valores” sin especificar a cuál de estos diferentes significados se refiere aquello que se diga de ellos.
Llama la atención el hecho de que en uno de los mejores autores metafísicos del siglo XX, como es Gilson[iv], se observe una cierta actitud despectiva hacia tal término: «Los llamados “valores” no son más que los fantasmas de los trascendentales errando en el vacío después de haber roto sus ataduras con el ser. La verdad, el bien y la belleza pertenecen al ser o no son nada». Es obvio que dicho autor los considera como ídolos falsos.
No obstante, ese modo de considerarlos no es tan extraño. Por ejemplo, dice, otro autor bastante divulgado, acerca del tema, Bernabé Tierno[v]: «Más sencillamente, nosotros creemos, por el contrario, que no existen los “valores” como realidades aparte de las cosas o del hombre, sino como la valoración que el hombre hace de las cosas mismas […] Y podemos designar como VALOR aquello que hace buenas a las cosas, aquello por lo que las apreciamos, por lo que son dignas de nuestra atención y deseo.»
Bernabé Tierno hace una relación de más de cien “valores” entre los que se encuentran elementos de lo más variado como la ambición, la caridad, el dolor, la fe, la higiene mental, la muerte, el poder, la riqueza, la sexualidad, … ¿Por qué estos y no otros? Por la propia definición que ofrece de valor. El factor de la subjetividad no parece ser obstáculo para hacer listas de “valores” sino todo lo contrario. Cada cual podría aportar la suya y su regencia tendría el mismo derecho a regir que cualquier otra.
Dice Gilson[vi]: «Por consiguiente, también hay que apartarse cuidadosamente de toda especulación sobre ““valores””, porque los “valores” no son otra cosa sino trascendentales que se han separado del ser e intentan sustituirlo. “Fundamentar “valores””: la obsesión del idealista; para el realista, una expresión vacía.» (p. 187)
Cada vez va quedando más patente que el significado de “valor” en el ámbito bursátil económico (equivalente más o menos a los términos acción y participación), y cuyo precio se dice que se corresponde con las condiciones de oferta y demanda, es el mismo del que a veces se carga al término valor cuando se habla de él en sustitución de los principios reales.
No obstante, hay que hacer notar que las diferencias terminológicas utilizadas por diversos autores, no implican, necesariamente, la adscripción de cada autor a una cierta teoría, ya sea subjetiva, objetiva o de cualquier tipo, con respecto al valor, los principios, los determinantes o cualquier otro asunto angular de que se trate.
Así, por ejemplo, no conozco autor, que con mayor ahínco defienda una teoría real del valor, que C.S. Lewis, y, sin embargo, utiliza el término “valor” para designar los “valores” objetivos o principios.
En idéntica o muy parecida postura teórica, por ejemplo, Gilson, hace uso del término “principio” para designar aquello que Lewis denomina “valor”. De ahí que no se pueda catalogar a un autor por la terminología utilizada en este ámbito.
Tampoco se podría catalogar su postura práctica al respecto por su mera adscripción manifiesta a una teoría o a la otra. Así, Bertrand Russell, parece que funcionó bajo criterios objetivos, pero se declaró incapaz de sustentar lógicamente su postura, y, consecuente, aunque, quizá, en un exceso de pulcritud intelectual se incluyó él mismo entre los subjetivistas.
[i] Véase: FERRATER MORA; Diccionario de Filosofía; Círculo de Lectores, S.A., Barcelona, 1991 entrada “sujeto”
[ii] HARRÉ, ROM Y SAGÜILLO, JOSÉ MIGUEL; El movimiento anti-metafísico del siglo veinte; Ediciones Akal, S.A., Madrid, 2000
[iii] GÖDEL, KURT; Obras completas; Edición, introducción y traducción de Jesús Mosterín; Alianza Editorial S.A., Madrid, 2006
[iv] GILSON, ÉTIENNE; Las constantes filosóficas del ser; Eunsa; ed. española; Barañáin (Navarra); 2005 (GILSON, E., CFS)
[v] TIERNO, BERNABÉ; “valores” Humanos; Talleres de Editores, S.A., Madrid, 1992
[vi] GILSON, E., Op. cit., CFS
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