¿Quién soy? (I)
La condición humana es tal que carecemos de independencia para satisfacer la necesidad de conocerse uno mismo. El proverbio de uno de los siete sabios griegos «¡conócete a ti mismo!» no se puede efectuar de forma tan directa como la que parece sugerir.
El camino indirecto que ha de recorrer un ser humano para conocerse a sí mismo, es el de disponer de un espejo en el que mirarse. Si el espejo es de buena calidad, la información que aporte a quien lo emplee, contribuirá decisivamente a que su identidad personal se elabore de forma verdadera.
El espejito mágico de la madrastra de Blancanieves, que hablaba diciendo la verdad de quien se mirara en él, no era mágico por decir la verdad, sino por su capacidad de hablar, ya que la esencia de la magia es el engaño.
Otros espejos pueden ser tan engañosos como la magia y no tan verdaderos como el del cuento, aunque, a menudo, no hablen a quien se mira en ellos.
Tal vez no nos demos cuenta, pero estamos rodeados de espejos en los que nos vemos reflejados, y no todos ellos son fiables. Pueden distorsionar nuestra imagen de forma un tanto aparatosa, ya sea mejorándola, ya sea empeorándola.
No obstante, también podemos ser nosotros mismos los que, ante un espejo verdadero, rechacemos lo que vemos, que busquemos espejos que nos muestren lo que deseamos ver, o no nos den idea alguna acerca de lo que no queremos ver. En el siguiente diálogo de Valle-Inclán tenemos un ejemplo:
«MAX.- Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO.- Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX.- Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO.- ¿Y dónde está el espejo?
MAX.- En el fondo del vaso.»[i]
El primer espejo en el que se mira un ser humano es el de su madre ―o el de la figura de seguridad que la sustituya. La interacción «hijo ⇔ madre» está cargada de significados acerca de ambos y acerca de lo que hacen, si bien, la proporción de significados que el niño aprende de su madre acerca de sí mismo es la más importante, pues de ellos extrae su primera identidad personal, que es la que mayor peso tendrá a lo largo de su vida.
Dicha información es transmitida de la madre al hijo fundamentalmente de manera no verbal, aunque, a medida que el niño desarrolle el lenguaje, a esta se agregará la que porten sus mensajes verbales.
A través del trato que reciba de su madre, el niño irá perfilando sus creencias acerca de sí mismo. La primera de ellas se refiere a su propia definición de ser algo distinto de la madre y del resto de personas, animales o cosas que haya en su entorno próximo.
Una mayor definición de este primer «yo» rudimentario vendrá dada por un mayor volumen de interacciones del niño, no solo con la madre, sino, también, con todos los objetos que haya a su alrededor. Cuanta más actividad se le permita efectuar, y más retroalimentaciones reciba de personas, animales y cosas, mayor será la definición que aprenda como ser diferenciado del entorno.
Por el contrario, si no se le permitiera moverse, interaccionar o recibir respuestas de aquellos elementos que tome por objetos de su actividad, no podría adquirir esa primera definición de sí mismo.
Por otro lado, todas las posibles actitudes que la madre tenga hacia el niño son susceptibles de transmitirle información acerca de él mismo.
Si su nacimiento y existencia son bienvenidos o rechazados, él incorporará tales significados personalizándolos en sí mismo, es decir, se atribuirá a sí mismo la razón de tales actitudes maternas. Tales significados podrían incorporarse a creencias como, por ejemplo, «mi existencia es algo bueno/malo» o «soy (no soy) digno de existir en el mundo».
Si se le presta más o menos atención que a sus hermanos, en caso de que los tenga, deducirá el grado de importancia que tiene su existencia en el entorno familiar y eso repercutirá en su autoestima.
Además, tal como discurra el vínculo afectivo con su madre durante la primera infancia, si de forma segura o insegura, con, o sin, posibilidad de romperse, el niño confiará, o no, en la estabilidad y el futuro de su propia existencia. Su propia confianza o desconfianza en el vínculo terminará por traducirse en confianza o desconfianza hacia sí mismo.
En fin, se podría decir que la primera identidad personal del niño viene a ser deducida del trato que se le dispense y de las condiciones en las que discurra su desarrollo, mediante la generación de creencias sobre sí mismo en congruencia lógica con tales factores.
El niño se ve reflejado en ese espejo que constituye su entorno próximo deduciendo qué y quién es él, con total credulidad e inocencia y, por lo tanto, sin cuestionarlo. Es decir, empieza por creer fielmente la información que sobre él mismo le transmita el único espejo de que dispone.
Esa primera identidad personal prevalecerá a lo largo de su vida, salvo que, en ciertos casos, acceda a cuestionarla, revisarla o modificarla, al encontrar espejos diferentes en los que mirarse.
[i] VALLE-INCLÁN, RAMÓN DEL; Luces de Bohemia; Colección Austral; Espasa Calpe; Madrid, 1967
Sobre los espejos que distorsionan la identidad, este artículo tuyo me recuerda a la cantidad de individuos que ejercen poder, bajo la falsa apariencia de autoridad, bien desde sus puestos de trabajo, a través de la amistad o de los mismos padres, que siguen cuestionando la identidad del sujeto al que miran. Entiendo que se sobreponen sobre el individuo con una mirada que distorsiona gravemente el campo de lo que miran; tanto es así que lanzan sin el menor reparo calificativos como «eres falso», cuando por ejemplo no cumples con las expectativas que ellos te demandan. En estos caso si llegas a creer ese juicio sin cuestionar la figura de quien lo ha emitido, caerías en el error de añadir a tu identidad un juicio falso sobre ti; es más imagínate que no eres falso, sino bondadoso y verdadero, incluso amable y cariñoso, ¿qué hacer entonces con ese individuo que te está distorsionando tu figura igual que si de un espejo cóncavo se tratase? Ojala pudiéramos simplemente no creerle.