¿Quién soy? (II)
En el artículo anterior titulado ¿Quién soy? (I) había expuesto que, la primera identidad personal de un ser humano, se debe a la impronta que deja en el niño su figura de seguridad, relativa a las creencias acerca de sí mismo.
Dicha figura es el primer espejo en el que el niño se mira, y, también, es el más relevante en esa dimensión del «yo» constituida por representaciones de sí mismo.
En esas etapas infantiles, el niño carece de dos factores que también pueden ejercer influencia en tal sentido y que adquirirá más adelante. El primero, se refiere a la relación con sus iguales a partir de la primera adolescencia. El segundo a la adquisición de modelos.
En cuanto a la relación con sus iguales, remite a su socialización en primera persona, al interaccionar con chicas y chicos de edades similares a la suya. Se efectúa en un contexto en el que puede contrastarse a sí mismo, compararse, ver parecidos y diferencias en los demás, de los que puede deducir nuevas creencias acerca de sí mismo, al tiempo que también las genera respecto a aquellos con los que se relaciona.
El segundo factor, que podrá cobrar diferentes grados de influencia, se refiere a su adquisición de conocimiento acerca de los modelos que tenga a su alcance, cuyo contenido sea el ser humano, tal como es, o tal como debe ser.
Básicamente hay tres modos de acceso a tales modelos. En primer lugar, pueden presentarse mediante personas próximas a las que el joven admire, las tenga como figuras de autoridad, o, directamente operen como causa ejemplar en su formación.
En segundo término, tenemos la transmisión social de prototipos a través de los medios de comunicación. Tales modelos pueden ser un producto cultural propiamente dicho, con diferentes tipos de fuentes, o ser fabricados ideológicamente con el propósito de modelar la educación de los jóvenes.
En tercer lugar, cabe la posibilidad de que tenga a su alcance modelos teóricos propiamente dichos, transmitidos por maestros, profesores, orientadores, etc., o, también, expuestos en ensayos, novelas o cualquier otro género literario que contenga modelos humanos.
La función que cumplen tales modelos reside en aportarle un marco de referencia perceptivo desde el que mirar a otros y, también, a sí mismo. En este último caso, su función vuelve a ser de espejo en el que mirarse, y, en ocasiones, también, la de aportarle algún modo deseable de ser hacia el que tienda mientras se encuentre en formación.
En todos los casos expuestos, la influencia que tengan tales factores en la constitución de su identidad personal, en términos cuantitativos, puede ser muy variable. Su efecto dependerá, en buena medida, de la continuación indebida de algún tipo de vínculo sustantivo a su figura de seguridad o, dicho en otros términos, del nivel de autonomía personal que haya alcanzado con respecto a sus padres.
En el orden cualitativo, la influencia de tales modelos, ya sea favorable o desfavorable, en la construcción de una identidad personal verdadera, depende, como es lógico, de la calidad teórica del modelo que haya tenido a su alcance.
Un buen modelo teórico, debería ser tal que contenga descripciones y explicaciones rigurosas del abanico más amplio posible de modos humanos de ser, que sirvan de herramientas para poder mirar a un ser humano y ver lo esencial de él.
Además, dicho modelo ha de servir como polo de contraste perceptivo de la propia persona, de forma que su intelección active las propias representaciones de uno mismo en el aspecto que trate en cada caso.
Un buen espejo debe poder reflejar a cualquier ser humano que se pusiera ante él y devolverle una imagen fidedigna de sus aspectos esenciales, con el propósito de que la persona pueda conocer a los seres humanos, en general, y, de forma principal, conocerse a sí misma.
La posibilidad de disponer de un modelo teórico de tales características, desde el final de la adolescencia o el principio de la edad adulta, puede dar lugar a la formación estable de un sistema verdadero de creencias acerca de sí mismo, que servirá de cimentación para los sucesivos desarrollos de dicha identidad a lo largo de la vida, en este caso, ya, sin dependencias de otros modelos sociales o de otros tipos que se puedan presentar.
Viendo el proceso de elaboración de la identidad personal, desde sus comienzos mediante el espejo en que consiste la figura de seguridad, hasta su mayor desarrollo en la edad adulta, en el que la persona debe disponer de un modelo teórico real en el que mirarse, se desprende que, también, en este factor esencial, la persona tiene la posibilidad de incrementar su independencia y su autonomía a lo largo de su vida.
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