Saber, mirar y ver
Hablando con propiedad, el conocimiento, si no es verdadero, no es conocimiento. Esto es extensible al saber. Si lo que uno sabe no es verdad, entonces no sabe.
Hay quien no se percata de que, lo que sabe, repercute directamente en lo que ve, ni tampoco de que, lo que no sabe, también repercute directamente en no ver determinadas cosas.
Las sensaciones no son exactamente lo mismo que lo que vemos, oímos, etc., sino que son la materia prima de donde podemos extraer la información necesaria para ver, oír o, en general, percibir.
Un ejemplo ilustrativo de esto, lo constituye lo diferente que percibe un niño pequeño algo tan sencillo como la altura de una persona a cien metros de distancia, en comparación a cómo percibe dicha altura un adulto.
Las sensaciones de ambos son las mismas. El tamaño de una persona a cien metros puede ser aproximadamente de diez centímetros de estatura tal como la sienten ambos observadores.
La diferencia radica en que el adulto corrige ese dato de la sensación al ponerlo en relación con lo que sabe, y, lo que sabe, al menos, es que una persona no puede medir diez centímetros.
El niño pequeño, por el contrario, no corrige la sensación que tiene mediante dicho conocimiento pues aún no lo ha adquirido, por lo que cree que las personas cambian de estatura, a medida que se alejan o se acercan. Hasta que descubre que eso no es así y adquiera la propiedad de la conservación del tamaño de las cosas con independencia de la distancia, no podrá ver lo que verdaderamente hay.
La madurez perceptiva se adquiere con la maduración y la adquisición de conocimiento. En lo que vemos los adultos, hay mucho más de saber que de sensación directa de las cosas.
Esto se traduce en que un niño, mirando desde lo poco que sabe, no puede ver las cosas como son, pues sabe poco, mientras que la mirada de un adulto puede acercarse más o menos a verlas como son, y esto dependerá del conocimiento de que disponga, dicho en general, y, también, en áreas más concretas.
Los medios de información sensacionalistas se alimentan de consumidores que no saben lo suficiente como para retirarles el crédito.
Para ver mucho y bien, es necesario disponer de mucho conocimiento en el asunto de que se trate. Esto es lo que configura la mirada del sujeto y lo que afina la visión.
Todo esto, también puede hacerse extensible al otro significado al que se refiere el verbo ver. Para tener conciencia de algo, no nos hace falta tenerlo necesariamente presente al alcance de nuestros sentidos, sino que lo podemos ver mediante nuestra imaginación.
En este caso, extraemos información del almacén de conocimiento inscrito en nuestra memoria, lo hacemos consciente, y lo contemplamos o lo utilizamos para hacer una variedad de operaciones de razonamiento.
Los buenos detectives presumen de resolver los casos que se les presentan, utilizando solamente lo que saben y sus recursos lógicos, sin necesidad de acudir a la escena del crimen. En caso de ser verdad, la imaginación estaría supliendo a la sensación directa, siempre que disponga de todos los datos necesarios para la resolución de cada caso.
En cuanto a la predicción y al pronóstico, saber más, permite configurar hipótesis con mayor posibilidad de acierto que en caso contrario. Se trata de la relación entre saber y prever.
Ahora bien, no solo es que el conocimiento mejore la visión, sino que la visión también nutre el conocimiento. Es obvio que cuanto más y mejor se vea, tanto mejor se hará el conocimiento, lo cual repercutirá en la mejora de las percepciones subsiguientes. Ver y conocer son funciones perfectamente relacionadas entre sí.
En consecuencia, hay quien mira mucho y no ve nada, habiendo mucho que ver. Otros, miran las cosas de tal modo que no ven lo que hay, y que, incluso, creen ver lo que no hay.
En cuanto a aquello que pueda ser visto, no depende solo del observador, sino de la cosa en sí, que se deje, o no se deje, ver.