Se buscan sabios
A pesar de que algunas veces los medios de comunicación nos informan de que algún dirigente político ha constituido un comité de sabios, para escucharles antes de tomar alguna decisión trascendente, o engordar aún más la legislación vigente, no debemos caer en el error de creer que, la elección efectuada en tales casos, sea, verdaderamente, de auténticos sabios.
Tal vez sea cierto que, quienes cultivan la sabiduría a lo largo de sus vidas, incrementan en la misma medida su prudencia, lo cual les conduce a irse apartando progresivamente del mundo.
De ser así, esa sería la mejor explicación posible de la extrema carencia de sabios que padecemos en estos tiempos que corren.
La sabiduría es una condición cuya composición es compleja. Por un lado, consta del conocimiento referido a saber cómo son las cosas, las personas, el mundo, etc.
Además, posee el ingrediente práctico de saber hacer las cosas bien. Ahora bien, todo este saber queda integrado en un conocimiento profundo del bien y del mal, puesto al servicio de la práctica del bien, y, a menudo, a dar consejo acerca del mismo, cuando es solicitado.
Por último, no cabe pensar que quien posea sabiduría tenga lagunas acerca del conocimiento de la maldad, puesto que es tan importante como el conocimiento del bien.
Constituido de tal modo, el auténtico sabio es quien dispone de la capacidad de vencer las trampas que la maldad tiende a la existencia de todos aquellos, personas o sociedades, que son objeto de sus maquinaciones.
Por otro lado, es posible que la dimensión pedagógica de la sabiduría sea, precisamente, la que puede constituirla en autoridad, paradigma o modelo, no tanto para infundir sabiduría en otros ―lo cual es imposible por la imperiosa necesidad de la propia experiencia― sino para alentarles a que emprendan dicho camino.
Casi no se puede concebir una sociedad sin sabios ― o cognoscitivamente limitada a los nutrientes intelectuales que le aporten las ciencias positivas― que disponga de recursos propios para salir de problemas estructurales, poner cierto orden en el caos que producen las luchas por el poder, o que ofrezca modelos humanos que inviten a la superación de la necedad.
Ahora bien, ¿acaso los sabios estarían bien vistos en nuestras sociedades o, más bien, su buen juicio, sería considerado como un estorbo para las corrientes ordinarias de pensamiento?
Produce una cierta desolación el hecho de que, de cuantos oficios podemos examinar en la actualidad, los que más cerca se podrían considerar de la sabiduría, serían, el de quienes conocen las leyes y aconsejan a sus clientes para cumplirlas o sortearlas según sea su conveniencia; el de quienes aconsejan a los políticos lo que deben decir para conseguir un mayor número de votos, y el de los asesores económicos de las grandes empresas que aconsejan acerca de cómo obtener mayores beneficios.
Cuando, como en la actualidad, una sociedad está haciendo aguas por todas partes, ninguno de tales oficios, sirven al efecto de marcar un rumbo que se parezca a algo así como encontrar un camino que conduzca al bien de la propia sociedad.
No obstante, los sabios también se echan de menos en muchas relaciones interpersonales en las que se generan problemas de muy difícil resolución, y cuando, en ocasiones, con algún sencillo consejo, la vida sería mucho más fácil y la existencia no tan difícil.
Por otro lado, hay que decir que la sabiduría, siempre o casi siempre, se encuentra tras un rostro con arrugas, marcado por los años y por la experiencia de un decurso existencial plagado de dificultades, al que, quien llegó a ser sabio, dio viabilidad mediante mucho trabajo y las oportunas reflexiones.
No sé muy bien, si tal hecho forma parte de la tendencia a jubilar a todo el mundo lo antes posible, no solo en el ámbito laboral, sino en todos los que integran la vida.
Al menos, todos deberíamos saber que el esfuerzo y la reflexión están a nuestro alcance, y que, si no accedimos a disponer de algo de sabiduría, al menos no fue por haberla despreciado.