Ser o no ser
En mi opinión, el mejor modelo teórico que ha producido la psiquiatría ha sido el de Ronald Laing, y, paradójicamente, ha sido clasificado dentro de la corriente de la anti-psiquiatría del siglo precedente.
No obstante, tuve ocasión de comprobar, en una conferencia que ofreció en el Palacio de Congresos de Madrid, en 1975, que a él no le gustaba nada ser tildado de anti-psiquiatra.
Recuerdo que, en un momento dado de aquella conferencia, hizo un gesto muy elocuente de menosprecio de un puñado de píldoras, con supuestos poderes curativos de las enfermedades mentales.
Por encima de ellas, prefería el trato afectuoso hacia sus pacientes, su consideración como personas y su ubicación en casas con buen ambiente, que facilitaran su integración social. Ahora bien, también es cierto que reconocía la utilidad de las píldoras en ciertos momentos del transcurso de tales alteraciones.
Lo que, debido a su profesión médica, resulta casi increíble en Laing, es su extraordinaria intuición metafísica y su capacidad de reconocer, con total precisión, las cualidades que caracterizan a un ser humano realizado de otras condiciones en las que predomina la irrealidad.
Además, resulta obvio que dicho conocimiento lo adquirió a lo largo de su práctica clínica de la psiquiatría, sobre todo, atendiendo casos de psicosis.
También resulta un tanto paradójico, aunque, mejor dicho, anecdótico, que, en el discurso que fabricó Shakespeare acerca del famoso «to be or no to be», su personaje Hamlet, lo que se estuviera planteando era si vivir o no vivir, es decir, si suicidarse, o no, ante la tragedia de ver a su madre casada con el asesino de su padre. Ni de lejos es lo mismo, ser o no ser, que vivir o no vivir.
No obstante el compatriota de William Shakespeare, Ronald Laing, llegó a tener clarísima dicha diferencia.
Al respecto de un ser humano real, Laing[i] expone una descripción que podemos considerar prácticamente perfecta:
«…el individuo puede experimentar su propio ser como real, vivo, entero; como diferenciado del resto del mundo, en circunstancias ordinarias, tan claramente que su identidad y su autonomía no se pongan nunca en tela de juicio; como un continuo en el tiempo, que posee una interior congruencia, sustancialidad, autenticidad y valor; como espacialmente coextenso con el cuerpo; y, por lo común, como comenzando en el nacimiento, o poco después de él, y como expuesto a la extinción con la muerte.»
A mi entender, es obvio que Laing elaboró esta descripción mediante miles de contrastes entre personas que no verificaban una o más de tales propiedades, y, otras, que sí las verificaban. Está sacada de la observación y el análisis durante su práctica clínica, en conjunción con unos presupuestos teóricos afinados y sin prejuicios anti-metafísicos.
Tal como afirma Laing, la verificación de tales propiedades, aporta a la persona, «un firme meollo de seguridad ontológica».
Frente a ese carácter real de los seres humanos que verifican tales condiciones, encontramos una diversidad de anomalías en personas que no verifican una o más de ellas. Al respecto afirma Laing en esa misma obra:
«El individuo, en las circunstancias ordinarias del vivir, puede sentirse más irreal que real; en sentido literal, más muerto que vivo; precariamente diferenciado del resto del mundo, de modo que su identidad y autonomía están siempre en tela de juicio. Puede carecer de la experiencia de su propia continuidad temporal. Puede no poseer un sentido contrarrestador de coherencia y cohesión personal. Puede sentirse más insustancial que sustancial, e incapaz de suponer que la estofa de que está hecho es genuina, buena, valiosa. Y puede sentir que su yo está parcialmente divorciado de su cuerpo.»
Además, como consecuencia de la configuración que posea el propio ser, se desprenden modos existenciales muy diferentes:
«Si se ha alcanzado una seguridad ontológica primaria, las circunstancias ordinarias de la vida no constituyen una amenaza perpetua a la propia existencia de uno. Si no se ha alcanzado tal fundamento del vivir, las circunstancias ordinarias de la vida cotidiana constituyen una amenaza continua y mortal. […] Si el individuo no puede dar por descontadas la realidad, la vitalidad, la autonomía, y la identidad de sí mismo y de otros, entonces tiene que absorberse en descubrir maneras de tratar de ser real, de mantenerse a sí mismo vivo, o vivos a los demás, de preservar su identidad, tiene que absorberse en realizar esfuerzos, como lo dirá a menudo, para evitar perder su propio yo.»
Ciertamente, cuando el propio ser se encuentra en un callejón sin salida, en riesgo de perderse, desintegrarse, o forzado a no poder existir, debido a su propia estructura, pone en marcha mecanismos para tratar de conseguir su propia continuidad, lo cual, en muchos casos, efectúa mediante cambios extremos de su propio sistema de creencias, a lo que, a menudo, se denominan delirios.
Por razón de espacio, no me extenderé en exponer en profundidad dicho modo, in extremis, de evitar que el propio ser se convierta en nada.
Sin embargo, es importante dejar claro que, si desterramos la propia noción de ser, para tratar de entender al ser humano y los múltiples avatares por los que puede atravesar a lo largo de su vida, caeremos de lleno en las garras de aquellos a quienes interese el consumo de píldoras.
Por otro lado, no debemos confundir la cuestión de ser o no ser, con otra que, aunque relacionada con ella, es relativa a otra dimensión diferente. Me refiero a la cuestión de coexistir o no coexistir.
La noción de ser hace referencia a la persona en cuanto a ser unitario. La noción de existencia, o, mejor aún, la de coexistencia, hace referencia a relaciones interpersonales, a grupos o sistemas de personas, lo cual implica, no una unidad, sino una pluralidad de seres en relación.
Las reglas o propiedades personales, como las descritas por Ronald Laing, para investigar o describir a personas, unitariamente consideradas, no son suficientes para el estudio de sistemas en los que intervienen dos o más personas.
En los sistemas plurales, intervienen, además, otras propiedades diferentes, que es necesario investigar para describirlos y tratar de comprenderlos.
[i] LAING, R. D.; El yo dividido. Un estudio sobre la salud y la enfermedad; versión española de Francisco González Aramburo del original de 1960; FONDO DE CULTURA ECONÓMICA; México, 1978 (pp. 37-39)
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