Superar la inocencia
En su origen, el ser humano se encuentra inserto en la naturaleza, si bien ésta no es suficiente para explicar aquello que puede llegar a ser. Emerge de la naturaleza pero no se queda en ella. Va mucho más allá, es decir, teniendo un origen natural, llega a ser esencialmente extra-natural.
Lo natural es aquello que funciona bajo leyes naturales, por ejemplo, la actividad producida por instintos. En la medida en que es así, no existe la posibilidad de funcionar de un modo diferente. En tal caso, no puede considerarse que haya algún criterio imputable al ser vivo del que emerjan acciones, ni buenas, ni malas.
Como expuse en un artículo anterior de este mismo blog, titulado Sobre la inocencia, dicha condición se caracteriza por la imposibilidad de hacer el bien y de hacer el mal. En estrecho vínculo con dicha imposibilidad, los seres inocentes carecen o están privados de la posibilidad de tener conciencia de la maldad y de percibirla.
Además, aun cuando haya muchas personas que disponen de las creencias necesarias para percibir la maldad, se dan muchos grados diferentes en los que puede ocurrir tal percepción. Percibir la maldad en toda su extensión requiere un nivel de sabiduría moral del que no todos los adultos disponen.
Ahora bien, en términos generales, a las malas personas no les interesa en absoluto que, quiénes no lo son, sepan que lo son o las perciban tal como son. Se puede decir que, una de las principales ventajas con que cuentan las malas personas para operar, consiste en influir para que las otras personas conserven su primigenio estado de inocencia el mayor tiempo posible.
Por otra parte, una de las pocas soluciones que existen para tratar de resolver los daños psicológicos que ocasionan a las personas, ya sean buenas o inocentes, pasa por el desarrollo de una conciencia amplia acerca de la maldad y de la bondad, de tal forma que las creencias de que dispongan les permitan percibir, comprender y explicar, las auténticas causas de sus problemas.
De ahí que, en otro artículo publicado en este mismo blog, titulado La psicoterapia y la pérdida de la inocencia, hiciera mención a la necesidad de incrementar la percepción del bien y del mal, y su concreción en personas próximas, en aquellos que trataran de solventar sus problemas dentro de una psicoterapia.
En un estado de inocencia concurren una serie de factores como los siguientes: 1) una condición a la que podemos denominar estado original o estado de naturaleza, 2) determinantes que regulan la conducta no han sido elaborados por la interacción entre el ser vivo y el entorno, sino que ya están presentes desde su origen, 3) una perspectiva desde la que el ser vivo percibe lo externo y se percibe a sí mismo, se encuentra contextualizada en la propia situación en la que está inmerso, 4) un ser vivo que no ha desarrollado la capacidad de diferenciar el bien del mal, 5) un ser vivo incapaz de comprender la maldad, 6) que es incapaz de efectuar acciones malignas.
Además, en la infancia humana, el niño mantiene plena confianza en sus figuras de seguridad.
A continuación trataré de exponer una secuencia de etapas y de fases que parece necesario atravesar para salir del estado original de inocencia y dar el salto a la condición de persona, ya sea buena o mala.
En esta exposición emplearé las nociones relativas a beneficio/maleficio, bonicia/malicia, benignidad/malignidad y bondad/maldad conforme a las ofrecidas por Xavier Zubiri[i].
Hay que tener en cuenta que, dicha secuencia de pasos, es aproximada; no es completa; puede haber algunas variaciones en el orden de algunas fases, y depende en gran medida del entorno formativo al que se encuentre expuesto el niño/adolescente, e, incluso, el adulto.
Se trata, por tanto de una aproximación general a la adquisición de la conciencia moral y la instalación de los determinantes favorables o desfavorables, hacia el bien y hacia el mal.
Etapa del beneficio/maleficio no vinculado a la voluntad.-
Fase hedonista.- Bienestar/malestar en función de los estados de seguridad/inseguridad que se expresan mediante sonrisas y llantos.
Fase de control de la actividad exploratoria.- Conexión entre la acción emitida y la aprobación/desaprobación de la figura de seguridad en función del riesgo asociado de la misma.
Fase de actividad causal sobre los objetos.- Conexión entre la acción y sus consecuencias físicas. Conexión entre la acción emitida y las consecuencias físicas en los objetos sobre los que opera.
Fase de aprobación/censura de la propia acción por sus efectos en seres vivos.- Conexión entre la acción y sus consecuencias de generación de bienestar o malestar en seres vivos y, especialmente, en la figura de seguridad.
Fase de aprendizaje vicario.- De la conexión percibida en otros niños, entre las acciones que emiten y sus consecuencias, en términos de aprobación/censura de los adultos. Si ven reprobar a otros hermanos o a otros niños, ven asociarse dichas conductas con la reglamentación que se les aplica.
Fase del descubrimiento de reglas en actividades de juego en interacción con otros niños.- La actividad que se atiene a las reglas es válida, y la que no, inválida.
Cambio de etapa.- Se podría decir que hasta este punto, los perjuicios y los beneficios son percibidos como accidentales o debidos a la ignorancia.
Etapa en la que el bien/mal comienza a vincularse a la voluntad del causante.-
Fase de asociación de la conducta con sus consecuencias bajo las nociones de bien/mal.- Hacer algo bien se asocia a la producción de algo bueno, y hacer algo mal, se asocia a la producción de algo malo. Cuando los padres aprueban/reprueban acciones del propio niño están ofreciendo información de que aquello que hace está bien o está mal. Que puede hacer cosas buenas y malas.
Fase de asociación de la noción de bien/mal a la de cumplimiento/incumplimiento de las reglas por parte de otros niños.- El niño puede percibir su incumplimiento por parte de otros con un perjuicio producido sobre él mismo. Se origina la defensa de las reglas y el control del cumplimiento de las mismas por parte de otros niños.
Fase de relaciones complejas entre la propia voluntad, frente al cumplimiento de las reglas y las nociones de bien/mal.- A medida que va incrementándose la fuerza de la voluntad individual, la identidad se ve influida por el origen de las acciones emitidas, en función de si se atienen a la propia voluntad o proceden de reglas o criterios externos. La propia voluntad puede tratar de imponerse sobre las reglas y sobre el propio bien, en ciertas actividades o, por el contrario, supeditarse a éste, en otras.
Fase de relaciones complejas entre la propia voluntad, la voluntad que impera en el grupo de pares y las nociones de bien/mal.- Los inicios de la socialización en grupos con miembros de edades similares, pueden contener conflictos entre la defensa de la propia voluntad frente a la del grupo (caso de ser diferentes), su sometimiento a él, e, incluso, la imposición de la propia voluntad sobre la de otros miembros del grupo, en una relación compleja con los propios criterios de bien/mal. Es el inicio de una posible benignidad/malignidad por la que el sujeto trata de influir en otros para que efectúen acciones buenas/malas.
Etapa de instauración de un «yo» benigno/maligno.-
Fase de resolución de los conflictos entre, hacer depender la conducta del agente de su propia voluntad, no originada en criterios de bien/mal, o hacerla depender de tales criterios.- El adolescente se vuelca hacia la imposición de la fuerza del yo sobre cualquier otro origen de su voluntad, con la finalidad de defender su propia identidad personal, o selecciona sus acciones en función de algún criterio moral.
Fase de la sustantivación de la benignidad/malignidad.- Disponiendo de la suficiente conciencia del bien y del mal, la propia voluntad quedará vinculada establemente al criterio de hacer el bien y detestar el mal o viceversa. En el caso de que la voluntad sea generada desde un criterio imperante de malignidad, ésta se encontrará presidida por el ejercicio del poder sobre otros seres y su anulación.
Fase de desarrollo de sabiduría moral/inmoral.- A partir de la cristalización de un «yo» benigno o maligno, el proceso de adquisición de conocimiento práctico y de sabiduría moral, para existir perjudicando a otros, o coexistiendo con los demás de forma benigna, respectivamente, conforme a la determinación, instaurada, seguirá un curso acumulativo previsible durante el resto de la vida.
A todos estos factores, se pueden agregar otros muchos que se yuxtaponen o se solapan a ellos, como pueden ser aquellos no citados que están dentro de los procesos de socialización, el aprendizaje de los derechos y los deberes, el manejo de la noción de justicia, el de las leyes, la responsabilidad moral/social, etc.
Ahora bien, a la vista de la variedad de condiciones personales existentes, que son resultado de la experimentación de tales etapas o solo de parte de ellas, podemos afirmar que las mismas, y sobre todo la segunda y tercera, pueden ser experimentadas de formas muy diferentes en función de quiénes y cómo sean los formadores, qué tipo de trato den a los niños/adolescentes, y qué finalidades tienen respecto a ellos.
De hecho, el maltrato en la infancia, cuya incidencia familiar tiene una considerable extensión, puede ser aplicado de muchas maneras, incluyendo procedimientos, tanto de posesión, como de control, de hostilidad manifiesta o, por el contrario, de seducción y de engaño, no percibidos como tales por el propio ser en formación, etc.
Hay modos de formar a los hijos que parecen conducir directamente a la formación de malas personas, mientras otros, exigen que los niños conserven su estado de inocencia original a lo largo de todo su desarrollo; otros que impiden la apertura de los hijos a relaciones con niños de edades aproximadas; otros que les invierten las nociones de bien y mal, corrompiéndolos desde edades relativamente tempranas, etc.
Los adultos que forman a los niños pueden ser, ellos mismos, inocentes; pueden ser malas personas; pueden ser buenos, etc., y, cuando la formación es ejercida por personas malas, esas mismas personas tienen plena conciencia moral de lo que están haciendo, si bien, entre otras posibilidades, es diferente que traten de formar a sus hijos a su imagen y semejanza, a que lo hagan bajo fines preconcebidos para que los hijos les sirvan a ellos. En este último caso, bloquearán en todo lo posible el desarrollo de la percepción moral de sus hijos, para que ellos mismos no sean identificados como malas personas, mientras, en el otro caso, dotarán a sus hijos de una conciencia moral precoz al tiempo que les inculcan determinantes de índole anti-real.
Por otro lado, encontramos los casos de abusos, negligencia y maltrato manifiesto, ejercidos sobre niños/adolescentes que conservan el estado de inocencia.
La exposición de niños inocentes, a tales formas de maltrato, les ocasiona la experimentación de situaciones totalmente incomprensibles, inexplicables, indescriptibles, y que no pueden ser integradas en sus respectivos sistemas de referencia en conexión con las creencias de que disponen.
Son experiencias cuya memoria se almacenará al margen de su propio sistema de referencia interno, al tiempo que producen su efecto devastador sobre aspectos esenciales como, por ejemplo, la autoestima, la identidad personal, la impresión subjetiva de confianza y seguridad, etc.
Se trata de lo que, en general, se entiende como experiencias traumáticas. La superación de sus consecuencias requerirá su ensamblaje en el sistema de referencia de la persona, generalmente ya adulta, su apercepción desde una perspectiva radicalmente diferente a cómo la percibió en su estado de inocencia, y, para ello, la realización necesaria para superar dicho estado en el que resulta imposible la percepción de la maldad.
En cuanto a la intervención de los padres que traten de ayudar a sus hijos a superar su estado original de inocencia, parece aconsejable que, ellos mismos, sean ejemplo de personas conscientes del bien y del mal, y, obviamente, ejemplos de regirse por los trascendentales.
No está de más que, a partir de, aproximadamente, los ocho años, empiecen a hablar con sus hijos de la existencia de la mala intención, de la existencia de malas personas, y de algunas características que pueden identificarlas.
Otro elemento de utilidad, que puede ser de ayuda y que no conviene olvidar, es la lectura de algunos cuentos clásicos infantiles, cuya mayor utilidad reside, precisamente, en advertir a los niños de la existencia de la maldad en el mundo, y, en ocasiones, dentro de las propias familias.
Ahora bien, lo que más puede ayudar a superar cualquier tipo de ceguera funcional consiste en retirar los obstáculos que la producen.
En dicho terreno, encontramos multitud de ellos[ii], aunque, a continuación, citaré algunos a modo de ejemplos:
La tesis atribuida a Sócrates Nadie hace el mal salvo por ignorancia, es una contradicción en sí misma. Quién hace verdaderamente el mal dispone de la sabiduría moral suficiente para conocer el bien y el mal, de lo contrario, no puede hacer el mal.
La tesis moderna que sostiene que, todos los seres humanos somos iguales, dificulta seriamente la percepción de las extremas diferencias que se dan entre personas buenas y malas o entre personas reales y personas anti-reales.
La tesis de que existe el libre albedrío, según la cual el modo de ser, ni condiciona, ni determina, ni influye las acciones que efectúe cada persona. En este caso, podrá haber acciones buenas y malas, si bien, totalmente independientes de la personalidad de cada cual.
La posición adoptada por muchos grupos y familias, según la cual, los buenos somos nosotros, las malas personas son ellos, que, por un lado, iguala a todas las personas que están bajo el término nosotros, y, por el otro, iguala a todas las personas incluidas en ellos.
La extensión de la hipocresía personal y social, que siendo de máxima utilidad a las malas personas, es asumida como modo habitual de funcionamiento por muchas de las personas de una sociedad, lo cual dificulta la percepción diferencial de buenos y malos.
La justificación de las conductas dañinas mediante atribuciones al error, la operación de culpar a otros de la producción de las mismas, y un sinfín de operaciones, generalmente aceptadas, que encubren la maldad del sujeto que las efectúe.
Percibir a las personas anti-reales como personas con defectos, como si se tratara de personas con carencias de realidad, es decir, como seres irreales.
La supresión de la moral y su sustitución por las leyes, que, obviamente, no juzgan moralmente a las personas, sino la adecuación, o no, de su conducta a las leyes sociales.
La comodidad derivada de adoptar actitudes de no oponerse al poder, a la maldad o al anti-realismo. En tal sentido, a menudo se confunde la bondad con la obediencia, lo cual no deja de ser la corrupción de la bondad y un modo de servilismo moralmente inaceptable. El ejercicio de la verdadera bondad es mucho más difícil, e, incluso, peligroso, que la obediencia al poder.
La idea, más extendida de lo que parece, de que lo malo no es la maldad, sino percibir a alguien como es y juzgarlo malo. Así, el malo es el que la percibe y no quien la ejerce.
En fin, creo que hay muchísimos prejuicios, y múltiples creencias vinculadas a actitudes, que operan contra la percepción de la maldad y que el desarrollo de la sabiduría debería ir destapando para cualquier avance en la realización de un ser humano.
Por otro lado, la conservación del estado de inocencia en seres humanos adultos, a causa del sostenimiento de múltiples prejuicios como los expuestos, no deja de tener consecuencias lamentables para aquellas personas que lo conservan.
Continuar padeciendo todo tipo de engaños, manipulaciones, relaciones fraudulentas, malignaciones de la propia identidad personal, estados de una sustantividad reducida por vínculos personales controlados por figuras anti-reales, y multitud de otras operaciones y condiciones padecidas bajo una gran vulnerabilidad, continuará generando daños al propio ser, a la propia existencia y, a menudo, a la propia vida.
La responsabilidad de que un adulto trate de salir de un estado de inocencia, o continúe en él, se reparte entre factores externos a él y factores propios de él, si bien, por regla general, podría hacer más de lo que suele hacer, para continuar su propio desarrollo.
Lo verdaderamente valioso es que, una vez se haya accedido a una condición propiamente personal, la persona destine su energía al bien y la verdad, en vez de decantarse por lo contrario.
Por último, cabe recordar otros dos artículos publicados en este mismo blog que pueden ser de utilidad en este ámbito: Algunas claves para detectar la maldad, y La identificación de las relaciones destructivas.
[i] ZUBIRI, XAVIER; Sobre el sentimiento y la volición; Fundación Xavier Zubiri; Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1992
[ii] Muchos de los cuáles son expuestos en el libro titulado La visibilidad de la maldad, módulo 7 de la obra La naturaleza real del ser humano y sus alteraciones, que se expone en esta misma página web.
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