¿Vivimos en un show de Truman?
De un tiempo a esta parte, tengo la impresión de que la teatralización y la impostura, superan con creces a la espontaneidad y la genuina expresión de las personas. Que los fines, las metas y los intereses, operan sin limitación alguna sobre lo que hace la gente, hasta el punto de generar un segundo mundo artificial de apariencias que tapan por completo la realidad subyacente.
Decir la verdad, o callarla, para suplantarla por cualquier otro relato, se ha convertido, como tantas otras cosas, en una mera opción ante dos alternativas que, de suyo, pesan lo mismo, por lo que solo se produce la correspondiente elección debido a la mayor funcionalidad que tenga cada una de ellas.
El Show de Truman [i] refleja con mucha precisión la condición de escenario artificial en que vive, un hombre de verdad, rodeado de actores, que operan sobre él y sobre su vida, desde que nace hasta que consigue romper el cerco y escapar del escenario.
Truman (interpretado por Jim Carrey) nace en una ciudad que es un gran plató televisivo pero él no lo sabe. Todo a su alrededor son escenarios artificiales, grandes decorados y todos los de su alrededor son actores y actrices.
Cada instante de su vida desde su nacimiento es filmado por varias cámaras y emitido a todo el planeta en directo sin interrupción a través de una gran cadena de televisión. Vive dentro de un inmenso teatro en el que todo se rige por un guión salvo sus propias reacciones. Él es el único que no es actor.
El argumento, a priori, resulta poco verosímil pues cada hombre concreto cree vivir rodeado de gente que, como él, no se dedica a operar teatralmente sobre los demás sino a ocuparse de sus propios asuntos. Nada más lejos de la verdad.
Es muy raro que un ser humano no esté rodeado de una variedad de escenarios artificiales, tanto en su ámbito familiar, como en el laboral, el público, el político, o el que los medios de comunicación de masas inventan diariamente. Hay muchísimos Truman en el mundo pero, como el propio protagonista de esta película, no lo saben y es raro que lleguen a saberlo, como también se evidencia en esta cinta.
La película está plagada de detalles lúcidos acerca de esta experiencia humana que, como digo, puede ser de las más corrientes que ocurren en nuestras vidas.
Salvo los dos perros que aparecen en la película y Truman Burbank, todo lo demás no es lo que parece. Los vecinos, la radio, la televisión, el vendedor de periódicos, los periódicos, las revistas, los compañeros de trabajo, los clientes, su esposa, su amigo, su hipoteca, las letras del coche, su padre, su madre, lo policías…
Todo es falso y todo es para él, todo funciona para hacerle creer que, todo eso falso que le rodea, es cierto, y todo es perfectamente coordinado por el director televisivo del programa, que se emite sin parar a todo el planeta mediante cinco mil cámaras que filman todo cuanto Truman hace. Los espectadores de este exacerbado Gran Hermano siguen la vida de Truman con la misma pasión que el público del circo romano seguía a los gladiadores, aunque hay momentos en que, por identificación, se solidariza y se emociona con él.
Se experimenta con Truman sin piedad alguna, causándole fobias, recuerdos, sentimientos, emociones, enamoramientos, persecuciones…, como con una rata wistar en una caja de Skinner, hasta que una de las actrices, enamorada de él, se apiada y en un despiste de los controladores del programa le dice que todo es mentira. Rápidamente es secuestrada por un agente que dice ser su padre, y miente a Truman diciéndole que es esquizofrénica, pero ya se ha levantado la liebre en la mente de Truman.
Ahora bien, me pregunto de dónde saca Truman su postrera cordura tras haberse formado y haber vivido, exclusivamente, en un mundo artificial, que ha girado sin cesar en torno a él, y al que él, sin saberlo, ha hecho girar, en un incesante encadenamiento de estímulos y respuestas.
Piaget y su escuela describieron las, metafóricamente, denominadas “filosofías infantiles”[ii], que son etapas del pensamiento por las que atraviesan todos los niños hasta, aproximadamente, los siete u ocho años.
Estos modos primitivos de pensamiento se podrían sintetizar del siguiente modo:
- Primero, hay una confusión entre lo interno y lo externo, entre «yo» y “mundo”. Cuando aún no hay conciencia de «yo». Todo lo que el niño piensa o siente, lo representa en tanto formando parte de la realidad externa. Todo es externo, todo pensamiento es proyectado en el exterior. Esta confusión da lugar al “realismo infantil”. Remite a la carencia de un «yo».
- Segundo, hay una indiferenciación entre lo físico y lo psicológico debida a que el niño aún no tiene la idea de “lo psicológico”, de lo que “no es material”, de lo que es “espiritual, informacional, psíquico”. El niño atribuye a la materia propiedades psicológicas (voluntad, conciencia, movimiento, vida, actividad espontánea, etc.). Esta confusión da lugar al animismo. Remite a la idea de un «yo» identificado con el cuerpo y sólo con el cuerpo.
- Tercero, hay un pensamiento por el que el movimiento (no propiamente la actividad misma del niño) se explica por los “paras”, por los fines, en forma teleológica o finalista, de modo que define las cosas por los usos que tienen en relación con finalidades para el usuario. Confunden el “para”, con el “por”. Lo que está hecho para el hombre, está hecho por el hombre. Así el hombre es el centro del universo, el que crea las cosas y el que recibe los bienes de las cosas creadas por él. Es el artificialismo. Remite a un «yo» narcisista y egocéntrico.
Por ejemplo, en relación con el artificialismo, los niños consideran el nacimiento de un ser humano como la fabricación de una cosa viviente.
Además, en el niño, su egocentrismo le conduce al finalismo. Los niños definen las cosas por el uso (los “paras”), no por su esencia. La naturaleza es hecha por el hombre en la medida en que es hecha para el hombre.
Volviendo a Truman, ese mundo artificial en el que se le ha hecho vivir, habría cristalizado en su sistema de creencias, confirmando plenamente las desviaciones del pensamiento artificialista propio de la inmadurez infantil.
Por lo tanto, según dicho modelo teórico, el «yo» que formaría Truman en un mundo fabricado por y para él, sería narcisista y egocéntrico, hasta el punto de que nunca llegaría a dar el paso hacia una progresiva racionalización de la concepción del mundo y de sí mismo.
Sin duda, el estado psicológico de Truman, ya de adulto, no distaría demasiado del que no habría logrado superar, en esa edad en la que se supone se comienza a tener uso razón.
Viendo a los niños participar en shows televisivos, concursos televisados, compitiendo entre ellos, no solo por un premio, sino, también, por ser los más simpáticos o los que mejor se adaptan a lo que se espera de ellos… Viendo a los adultos participar en las diferentes variantes de Big Brother… Viendo a todo el personal técnico que se mueve en torno a ellos para sacar las imágenes…
Viendo una enorme porción de la población tornándose teatral para conseguir que la otra parte la mire, me da la impresión de que, como tantas otras distopías, el show de Truman está siendo superado por los hechos.
[i] El Show de Truman; Paramount Pictures; A Scott Rudin Production; A Peter Weir Film; Interpretada por Jim Carrey; Escrita por Andrew Niccol; 1998 Paramount Pictures; DVD Widescreen Collection; Distribuida por Paramount Home Entertainment (Sapìn) S.L.; Albacete 5, 28027 Madrid
[ii] Véase el capítulo “Filosofías infantiles, por JEAN PIAGET” en Compilación de DELVAL, JUAN; Lecturas de psicología del niño. 1. Las teorías, los métodos y el desarrollo temprano; trad. de Ileana Enesco; Alianza Editorial S.A., Madrid, 2ª ed., 1979 (pp. 287-302)