Yo quiero, pero ¿de verdad soy yo el que quiere?
Entre los muchos factores que pueden configurar la voluntad de quien hace, o no hace, algo, está la propia persona. No obstante, ese “yo”, al que supuestamente pertenecen el deseo, la tendencia o la voluntad de hacer algo, frecuentemente tiene menos peso y participación en su producción que otros muchos factores ajenos al mismo.
Se plantea como algo evidente que el agente de una acción es idéntico al sujeto de la misma, cuando, lo cierto, es que las relaciones entre el «yo» y el «quiero» son extremadamente complejas.
La distancia que haya entre «yo» y «quiero» puede ser mayor que la que efectivamente se dé entre «tú» y «mi voluntad». Es obvio que, en múltiples contextos y situaciones interpersonales y sociales, hay muchos que se dedican a fabricar la voluntad de otros.
Por ejemplo, cuando alguien afirma “sí quiero” en su boda, dando su consentimiento al enlace con la otra persona, dicha afirmación, aparte de que puede ser falsa, podría representar la voluntad de otros sujetos que influyan decisivamente en el agente.
Si se profundiza un poco, analizando las causas de que se genere una concreta tendencia a la acción, podemos encontrarnos con engaños, fraudes, chantajes, manipulaciones, y todo tipo de operaciones efectuadas para elaborar dicha tendencia.
Ahora bien, el agente a veces es consciente de la situación, en la que está o se le pone, para que quiera hacer algo, pero más frecuentemente no lo es.
Si uno se pregunta: “¿por qué quiero eso?” o “¿por qué quiero hacer eso?”, dará con algunas respuestas más o menos evidentes, pero si se vuelve a hacer esas preguntas referidas a tales respuestas evidentes, encontrará otras respuestas y, hasta es posible que, si insiste, llegue al fondo del asunto.
Al final de la indagación cabe hacer descubrimientos acerca de algunas causas de la voluntad, que experimenta como si emergiera de él mismo, cuando es posible que quien menos cuente, o lo que menos cuente, en su elaboración, sea él mismo.
Así, podría descubrir que quien de verdad quería que se casara con aquella persona era alguno de sus padres; que la persona con la que creía casarse no era la misma que él creía que era, pues montó un teatro de apariencias para que cayera en la trampa; que en la elaboración de su deseo, participaron factores circunstanciales o coyunturales que influyeron más que lo que de verdad le hubieran importado en otras circunstancias…
Lo asombroso es que, una vez que una persona ha hecho una acción cualquiera, su producción se le atribuye exclusivamente a ella, lo cual conlleva la asunción plena de la responsabilidad de haberla hecho, como si el “yo quiero” fuera una frase incuestionablemente verdadera en todos los casos.
La voluntad, las tendencias, los deseos o el apetecer, son tomados como reductos últimos de la mismidad de la persona, como si tras ellos, no pudiera haber nada más que los explicara.
Pensemos en un esclavo cuya voluntad le lleva a trabajar intensamente para su amo. Siendo verdad que el esclavo quiere o se ve impelido a trabajar, no parece que se le pueda atribuir a él mismo la propiedad de esa voluntad que le mueve a hacer ese trabajo. La cuestión es por qué quiere trabajar para su amo y, precisamente, es el amo el que tiene todas las respuestas y quien de verdad quiere que el esclavo trabaje para él.
Ahora bien, el supuesto de que el sujeto de la voluntad del agente es siempre el propio agente, conduciría a atribuirle a él, exclusivamente, tanto la voluntad que le mueva, como la responsabilidad de lo que haga, lo cual ocultará sistemáticamente a los verdaderos sujetos de sus acciones.
Es importante examinar cómo se produce la génesis de la propia voluntad y ponderar los pesos de todos los factores propios y ajenos que intervienen en ella. Cuanta mayor sea la conciencia que se tenga del mapa de fuerzas presentes en cada decisión relevante, tanto mayor será el conocimiento que se tenga de uno mismo y podrán tomarse medidas para intentar corregir las desviaciones que debiliten el propio «yo».
Da la impresión de que mucha gente cree que las cosas vienen por sí solas, como si llegaran y haya que aceptar las circunstancias de cada momento sin poner absolutamente nada de sí mismos, sin preguntarse si es uno mismo quien quiere hacer eso: «son las circunstancias, el destino, así es la vida, es el azar…»
Parece que se elimina el hecho de que las cosas suceden por algo, y que tu capacidad de reflexionar y tomar decisiones, es algo propio de cada cual y con aquello que contamos para superar las múltiples dificultades que la vida pone en nuestro camino.
Parece más fácil dejarse llevar por aquello que te proponen día a día, pero sin pensar uno mismo, sin tomar tú las decisiones. Eso sí, normalmente si te dejas llevar, las consecuencias suelen ser catastróficas.
Por otro lado, no deja de resultar curioso que si piensas, cerca de cada uno, siempre hay alguien diciéndote qué es lo correcto a hacer, e incluso a pensar en cada momento. En muchas ocasiones suelen ser gente con el verbo fácil, convincente aparentemente (generalmente más por las formas que por el fondo).
Probablemente si te dejes llevar, sin tomar tú las decisiones, te pueden hacer una programación de tu vida para cada día de la semana.
De ahí la tremenda importancia de saber si eres tú el que quiere.
Buen artículo, me parece importante reflexionar sobre estos temas.